El fútbol a este nivel ha dejado de ser un deporte democrático y la Champions es el fiel reflejo de cómo el capitalismo y el modelo globalizador han cambiado por completo a un deporte que hace algunas décadas llevaba a pensar que la cancha para todos siempre era plana, y que al momento de entrar al terreno de juego todas las diferencias podían dejarse de lado gracias a la imparcialidad de la pelota: que si le trata bien y se le tiene pegada al pie todo lo bueno vendrá a quien cumpla con estos mandatos.
La realidad dista de ser tan romántica y es que cuando un torneo genera ganancias exorbitantes y encima es visto por más de 150 millones de personas, la posibilidad de competir para otros equipos empieza volverse más complicada.
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