Muchos jóvenes creen que son fuertes, que pueden dominar el mundo, que son dueños de sí mismos; pero en realidad son débiles, ya que se dejan llevar por sus pasiones. Su espíritu es frágil y su voluntad endeble, a la primera dificultad quieren dejarlo todo y mandar a volar a medio mundo, entonces surge una pregunta ¿qué hacer para ser fuerte de verdad?. Para ser fuerte es necesaria la presencia de Dios en nuestra vida y la sabiduría de los salmos; Dios es el único que nos garantiza la victoria total sobre lo que no nos deja objetivos personales y comunitarios. Un ejemplo claro de esto, es que el avance en el ámbito del bienestar social es muy lento o nulo, lo vicios van en aumento, las crecientes injusticias hacen mella en la humanidad, los pobres no pueden salir de su miseria y los ricos, no obstante de tener muchas cosas materiales son infelices. Ante tal situación el joven tiende a quejarse, a mirar su propia persona, a darse cuenta de sus defectos, a desfallecer y decir: no se puede, ya lo he intentado, pero no puedo cambiar.
Es necesario de manera urgente que todo aquel que quiera ser un joven auténtico se decida a ser fuerte, no sólo en el aspecto meramente físico, sino también y sobre todo, en el espiritual, humano e intelectual. Ser fuertes no significa ser tercos, insolentes o arrogantes, eso más bien es falta de carácter, ya que por no saber dominar nuestras pasiones, como la ira o la tristeza, actuamos de forma no muy grata para las personas que están a nuestro alrededor. La fortaleza es entonces según un salmo, una de las virtudes morales. Al igual que la prudencia y la templanza, la fortaleza asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Esta virtud nos hace capaces de vencer el temor, de hacer frente a las pruebas y persecuciones, hasta sacrificar la propia vida por el bien de los demás.